Llega el verano; llegan los planes; llegan los viajes. Se me hace complicada esta época, especialmente siendo el primer verano desde hace 10 años en el que tendré más de dos semanas de vacaciones. Entre las incógnitas por donde trabajará Liv y qué puedo hacer entre unas cosas y otras, me voy al final el mes de agosto entero y no me verán el pelo hasta septiembre. Cuatro semanas completas, sin aparecer, por fin.
Todo ha sido bastante improvisado. Llevo arrastrando un renqueante burnout desde hace tiempo, y este año no ha dado un respiro. He estado tomando Xanax y sufriendo con mi curro muchísimo, incluso estando en un entorno de ritmo caribeño que no promueve el stress. Pero hay otras movidas como la insatisfacción laboral o el aburrimiento que también influyen, y, en corto, necesito parar. Mi plan es ir a España dos semanas al menos: ver la herencia, tirarme a la bartola, disfrutar de la madre naturaleza, visitar amigos y reconectar con mi españita querida. Eso ya lo tenía pensado. Pero aun tengo dos semanas por llenar. Por ello, con Liv no sabiendo cuanto puede cogerse vacaciones o trabajar en remoto y yo con esas dos semanas por gastar, he mirado en lo más profundo de mi y me he preguntado ¿qué haría mi yo de 18 años si pudiera tirarse dos semanas en algún sitio haciendo lo que quiera? y la respuesta del cielo ha sido: interrail.
Coger un vuelo solo es interesante si eres un niño de 8 años autista obsesionado con ellos. La experiencia se ha desvirtuado tanto que eso que antes buscaba, ahora lo evito. Elegir la maleta más pequeña, llevar cuidado con el peso, pagar por llevar algo mínimamente usable para una semana o pagar un extra por tirarte un pedo... es un chiste en si mismo. Y este año, a raíz de una conversación con un amigo que me explicó como viaja por Europa solo en tren, me decidí a planear mi primer interrail. Primero me planteé ir a algún sitio y usarlo como excusa para ir a España a pasar dos semanas de vacaciones. Sin embargo, rápidamente me di cuenta de que podía usarlo para hacer un interrail de verdad.
Después de ver las diversas guías de la web oficial de Interrail, me decidí por una que no fuese muy loca o me alejara aun mas de España, y me iré de vuelta por los alpes antes de bajar por Francia hasta Barcelona y luego Valencia. Es una vuelta interesante, rural, montañosa pero preciosa. Me llevaré mis cámaras, mis botas de hiking, mis tapones para los oído preferidos y haré todo lo posible para no acordarme de nada del trabajo ni de Bruselas. Desconectar completamente, aunque la planificación está siendo un poco compleja.
He tenido que desviarme de mi plan inicial varias veces. Recortar ciudades, acortar tiempos, revisar conexiones, establecer una ruta determinada, reservar hostels... y aun me quedan muchas cosas: comprar el pase de interrail, reservar los trayectos, comprarme una mochila-maleta que sea suficientemente grande pero sea reusable para otros viajes y no muy dañina para el medio ambiente... al final tras mucho pensarlo me voy el cuatro de agosto y estaré en los alpes hasta el 12. Luego dos noches en Barcelona, dos noches en Valencia y dos semanas en el pueblo. Gestiones, gestiones, gestiones...
Si bien mi idea era volver de nuevo a Bruselas en tren, hay algo con lo que no contaba: cuando volvamos seremos tres. Y no, Liv no está embarazada, pero nos traeremos un gatito del campo de mi madre con nosotros. Y por eso, aunque me hubiera encantado volver en tren a Bruselas, tendremos que volver en avión. Con lo que odio yo el avión.