Hace unos meses, aunque es posible que haga ya unos años, mi amigo Javi me regaló un libro de historias de Nora Ephron, “No me acuerdo de nada”. Yo no la conocía, soy un a persona con memoria selectiva y estas cosas se me van de la cabeza. El caso es que en una de esas muchas veces que te regalan un libro y tienes muchas ganas por leerlo porque es un regalo, te lo ha dado alguien especial y además sabes, tras buscar en Google, que es una autora magnífica, decides aparcar el libro hasta que tenga aún rato para leerlo y pasan varios años. Pues eso es lo que me ha pasado a mí. Y esta semana pasada me puse a leer el susodicho libro de Nora Ephron. Lo estoy disfrutando, hasta tal punto, que me tengo que racionar los capítulos, como quien se raciona el postre comiendo con la cucharilla más pequeña que existe. Y, entre todas las sensaciones que me quedan, incluidas las de pena y rabia porque Nora ya no esté aquí, es la de envidia. Nora escribe tan bien y tiene una capacidad tan natural y cercana de convertir pasajes normales de una vida en sorprendentes relatos sobre lo bonita que es la vida y lo maravilloso que es vivir. Sobre que hay de menos y que hay de más, que va a echar de menos y que quiere que nadie se lo encuentre por la calle. Casi como quien te cuenta un chiste y luego una historia de su primo de Murcia, Nora encadena capítulos cercanos, agradables y graciosísimos para ver nos ver que la vida merece ser vivida por cosas tan insignificantes como una buena tortilla o dedicarse a la profesión que uno ama. Ojalá pudiera transmitir el amor por tantas cosas que adoro con esta facilidad. Ojalá escribiera como Nora Elhron.